¡Leed con mucha atención!
La promesa
Y de repente, cuando todos ya
estábamos a punto de ir a descansar se oyó una explosión enorme. Los hombres de
mi batallón reaccionaron poniendo a punto nuestras ametralladoras MG para el
contraataque. Divisamos un escuadrón de cazas soviéticos LaGG-3 bombardeando
nuestras trincheras del ala derecha de nuestro complejo defensivo. Nunca olvidaré esta fecha: 21 de julio de 1943. Entre mi batallón reinaba una confusión total.
Mientras mis soldados contraatacaban, yo me fui a ver al capitán Schfëiger. La escena era terrorífica, el humo
proporcionaba una visibilidad casi nula. Oía a los hombres gritar de dolor y
suplicando por una dosis de morfina para aplacar su sufrimiento. La verdad es
que en el frente avanzado oriental no teníamos material sanitario, así que lo
único que podíamos hacer por aquellos soldados era rezar. Apunto de entrar en la oficina del capitán
Schfëiger, un escalofrío me recorrió el cuerpo: mi hermano Mark estaba
destinado en el ala derecha de nuestras trincheras justo antes del ataque…
Era 5 de marzo de 1941. Yo, el teniente Karl Müller, oficial al mando
del batallón Tigre y mi hermano, el suboficial Mark Müller estábamos en casa de
mis padres. A la mañana siguiente nos destinarían al frente oriental para
combatir el comunismo. Esa noche fue muy especial. Nuestra familia y nuestros
amigos nos vinieron a despedir. Mi hermano estaba entusiasmado con la idea de
partir al frente para servir a la patria y al Führer. Yo, que ya había servido
en la conquista de Polonia en el 39 y en la conquista de Francia el en 40, no
estaba muy seguro que la conquista de la URSS culminara con el éxito alemán. A
la mañana siguiente partimos junto a otros miembros de la Wehrmacht. Los dos
primeros años que estuvimos en territorio soviético nuestra guerra relámpago
funcionó como la seda, aniquilando los focos de resistencia que se presentaban
ante nosotros en nuestro avance hacia Moscú. Los problemas llegaron en 1943, un
invierno gélido. Mis hombres y yo recibimos la orden del capitán Schfëiger de
detener el avance ya que nuestros tanques panzers no podían continuar avanzando
a causa de la falta de combustible. Todos sabíamos que un batallón de
infantería perdido en el vasto territorio de la URSS y sin refuerzo de carros
blindados ni aviación sería una presa fácil, pero no podíamos dar marcha atrás.
Así que con resignación empezamos a cavar trincheras y fortificaciones
defensivas. Le asigné a mi hermano, aunque también subordinado, que se llevase
a veinte de los cien hombres que tenía a mi cargo para defender el ala derecha .
Nunca olvidaré esa fecha: 21 de julio de
1943. Cuando estaba a punto de entrar en la oficina del capitán me di
cuenta de la estupidez por la cual estábamos a punto de morir todos: las ansias
de poder y las ideologías. Así que pensé que ya no sería el oficial al mando de
un batallón, ni el descendiente de una familia acomodada alemana. En ese
momento solo era un hombre en busca de su hermano. Cuando llegué al ala derecha
de las trincheras los soldados soviéticos, que nos triplicaban en número, ya habían
roto nuestras defensas y hecho prisioneros. El batallón se rindió y nos
hicieron prisioneros. En medio de la confusión, no pude ver si mi hermano
estaba con vida. Había decenas de cadáveres por el suelo y a los prisioneros
tomados en el ala derecha ya habían sido transportados.
Yo fui a parar a un campo de
concentración soviético. Nunca más supe nada de mi hermano. De todas las
promesas que hice, la que más me dolió romper fue la que le hice a mi madre la
noche de 5 de marzo del 41: “no te preocupes
mamá, yo cuidaré de Mark. Te juro que volverá con vida…”